Fraga y Córdoba.
Fraga 550.La numeración cambió. Ahora es al 400.
La casa ya no está. Es la única en la cuadra que ya no está. En realidad era la casa de mis abuelos. De mi mamá. Pero yo soy de esa casa. Viví en ella y me fui de ella varias veces. Tal vez ahí nació esta costumbre mía de irme siempre, que me acompaña todavía. Pero volvía, también siempre. Como de a poco empecé a volver ahora. Buscándome. Casi hurgueteándome.
Tampoco está en la vereda el paraíso sombrilla que plantó mi abuelo José que desparramaba una sombra inigualable y unas ramas matamosquitos infalibles.
A media cuadra estaba el límite de asfalto: calle Córdoba. Nosotros, Fraga y yo, éramos de tierra. La otra frontera la marcaba la canchita de los gringos, contra la vía y la fábrica de vidrios. Un mundo de 400 metros de largo lleno de libertad y de juegos: la pelota, el metegol, los chorichafle, las figuritas; las revistas que traía Don Carlos Daverio con su sonrisa gardeliana; la leche y el pan con manteca de Doña Arminda con Rubén y Luisito. El clú “La primavera”: bufé y cancha de bochas para que jueguen mi abuelo y mis tíos y los atorrantes de sus amigos: Rififí, Gonzalito y el Francés que me enseñaban a piropear a “La Pochola” cuando apenas tenía 2 años. Y mi abuela Rosa – Darío, andá a lo de Pedro Pedro y traé medio kilo de papas! – Ufa, ché!! - Qué ufa ché! qué ufa ché…y pasá por lo de Don Samuel y pedíle un paquete de arroz así mañana te hago niños envueltos – bueeeno, ya voooy – Los Cíntora, Don Emilio, el Pocho Adorni, los Drí, el Enguelito….y yo. Yo estoy ahí. Ya sé que no, pero yo sigo ahí.