VIAJES

En diciembre de 1978 me subí a un tren, en Rosario Norte, que me llevaría a vivir a Buenos Aires. Mejor dicho, que me llevaría a encontrarme con mi destino. Mi oficio, que es un viaje en sí mismo, y que a su vez me regaló otros viajes.
Viajar trabajando, dicen, es la mejor manera de conocer. Uno vive la ciudad o el pueblo, o lo que sea, de una forma más intensa que un turista común. Yo tuve esa suerte muchas veces. Entonces conocí lugares a los que nunca hubiera ido de vacaciones. Cuando se viaja por placer el ánimo es distinto, todo parece mejor de lo que es.
Si vuelvo a una ciudad donde ya estuve, es inevitable para mi, buscar esos bares o plazas que conozco, y sentirme entonces un ciudadano turinés o madrileño. El olor del aeropuerto de Barcelona, me persiguió durante mucho tiempo. La ola de fuego que me atravesó la primera vez que bajé del avión en Cartagena de Indias, la busqué de nuevo cada vez que volví. La enorme silueta del hotel Nacional de la Habana la llevo grabada desde 1984: mi primera vez en la isla. El sonido del agua corriendo por La Alhambra, puedo oírlo cuando quiero.
Pero en los últimos años, cada vez que estoy entrando a Rosario, me ocurre algo nuevo. Que me cuesta explicar. Es físico, mas que sensorial. Quizás porque más que viajes son pequeñas vueltas a casa. No sé..... Le voy a robar a Borges: me duele una ciudad en todo el cuerpo.